Mucho más que las grandes y preciosas playas que anuncian los folletos turísticos.
Una isla árida, muy desierta con unas montañas, no muy altas pero si asperas, está llena de energía y con una mágia especial que te cautivará.
Los pequeños pueblos marineros y los de interior, te seducirán.
Oasis y palmerales como el de Buenpaso, montañas que descienden hasta el mar, pareciendo las trompas de elefantes dormidos, miradores astronómicos donde durante las noches estrelladas, se ve mucho más cerca todo el sistema solar.
Las cabras (su animal de referencia) en pastoreo, buscando las pequeñas briznas de hierba verde en los campos resecos.
Tindaya, la montaña sagrada, para los pobladores aborígenes que fueron conquistados el siglo XV por un normando, Betancourt, al servicio del reino de Castilla, y que dió nombre a la antigua capital de la isla, Betancuria.
Unas grandes dunas de arena blanca y fina que nos llevan a extensas playas donde las personas son pequeñas figuritas en el horizonte.
La gastronomia, pescados,cabrito, con excelentes quesos y unos buenos vinos, también nos atrapará.
Su luz y la amabilidad de la gente son otros argumentos para hacer una escapada que no te dejará indiferente.